Luego
de los ríos de sangre de los años ochenta y noventa, surgió una narrativa con la
expresa intención de testimoniar ese periodo cruento de la historia del Perú. Más
de una generación de autores, la mayoría de ellos influidos por los últimos
estertores de la novela realista en sus diversas variantes –desde la crónica
novelada hasta manifestaciones epigonales del realismo socialista–, publicaron narraciones
con ánimo verista, alusivas al “conflicto armado interno” (CVR). En pocos años
se habló de un “corpus” de “la literatura de la violencia política”, incluido
un debate académico estéril.
Por
suerte, el tema también ha producido unas pocas novelas alejadas del paradigma
realista. Quizá la más significativa sea Rosa Cuchillo de Óscar Colchado
Lucio, que construye una historia desde la cosmovisión andina, donde lo real
cohabita con lo mágico. Hace pocas semanas, la editorial española Áltera ha
publicado otra novela que forma parte del mismo proceso de transculturación
narrativa (Ángel Rama): Por las tetas de Miriam de Hernán de la Cruz Enciso.
Son
varios los puntos de encuentro entre la novela de Colchado y la de Hernán de la
Cruz. No solo se asemejan en su reivindicación del mundo andino, sino en su
visión de la violencia como un factor exógeno e impuesto en las comunidades ‘kechwas’.
El discurso político subyacente en ambas obras tiene su correlato en la tesis
de Carlos Iván Degregori (Sendero Luminoso: los hondos y mortales
desencuentros, ampliado en Qué difícil
es ser Dios): las partes beligerantes eran ajenas a la población, la cual
estuvo “atrapada entre dos fuegos”; tesis que, como se sabe, es la base del
Informe de la CVR, de la que Degregori fue uno de los comisionados.
Otro
símil destacable es que ambas novelas tienen como protagonistas a una mujer
senderista. Pero si en Rosa Cuchillo la dirigente guerrillera Angicha –quien
cautiva a Liborio, el hijo de Rosa Cuchillo– será retratada como una mujer dura
y terrenal hasta en su sensualidad, en la novela de De la Cruz Enciso la
esquiva “camarada Miriam” aparecerá casi como un personaje mítico e inabordable
para luego, tras sus encuentros con Adalberto, humanizarse. De todos modos el
perfil de ambos personajes tiene ecos de Edith Lagos o de la imagen de las
senderistas como herederas de las “vaginas dentadas” de la cultura Chavín.
En Por las tetas de Miriam no solo es Aurora –“camarada Miriam”– quien tiene
cualidades míticas o sobrenaturales, toda la naturaleza posee un componente
mágico, animista: “En su pueblo decían de
ella que tenía un pacto con las fuerzas de la naturaleza y por eso sabía en qué
momento abandonar un punto crítico. ¿Sería cierto eso de que, en las noches de
luna llena, caminaba en los bosques con pasos de zorra en celo y leía el futuro
en las lagunas de aguas diáfanas? ¿Sería cierto también eso de que el agua
tiene un lenguaje propio que solo pueden descifrar los montañeses?” (p.
105). Al inicio de la novela se relata que las truchas en el río Pampas
alcanzan dimensiones enormes y luego, convertidas en amarus, ascienden al cielo
para transformarse en rayos y truenos. Casi inmediatamente el agente policial Culebra
observa una “sirena de escamas de plata”, que no es otra sino Miriam. La
describe “blanca como la luna”, cuyos saltos se asemejan a la “gaviota de las
llanuras”, ante lo cual el agente se queda paralizado “como un eucalipto seco”.
El lector, desde las primeras páginas, comprende que está inmerso en un
universo mágico, en donde los individuos y el entorno natural viven sucesivas y
abruptas transfiguraciones, en el contexto de una de las guerras más letales de
nuestra historia. De esta forma, la otrora muchacha Aurora asumirá una
diversidad de sobrenombres, identidades y cualidades. Miriam es la mujer-pez,
la Mujer Tempestad o Mujer Viento, y posee “la astucia del zorro y la agilidad
del cernícalo”. Adalberto es Saltacara, Pedro Vega es el comandante Otorongo...
No es casual que muchos apelativos se refieran a animales o a la naturaleza.
Asimismo, en este juego identitario, se ofrece la antroponimia de varios personajes.
Por
las tetas de Miriam es una novela dialógica, en la que interaccionan las voces
inmersas en el conflicto, mientras el autor implícito comenta –en tono a veces
humorístico– algunos pasajes de la acción narrativa. Uno de los elementos
estructurales más destacables de la novela es el empleo de la llamada ‘técnica
de las cajas chinas’ en (casi) todos los capítulos; de esta manera, el
desarrollo de la historia es por momentos puesto entre paréntesis para
introducirnos en microhistorias independientes –algunas de ellas fábulas o
leyendas– que ponen de relieve costumbres, aprendizajes, creencias o temores
individuales o colectivos.
Con
todo, en la novela Por las tetas de Miriam hay un discurso –a veces explícito–
que contrapone la música (la canción, la fiesta, el baile) a la guerra. Rama se
refirió al componente musical de la novela de Arguedas (en particular, en Los
ríos profundos), lirismo que también destacó Lienhard en su ensayo sobre El
zorro de arriba y el zorro de abajo. Este lirismo de raigambre andina (y
arguediana) es fácil de detectar también en la novela mencionada de Colchado y
en la de De la Cruz Enciso. Lo interesante, en el caso de Por las tetas de
Miriam, es que la música es la condición ‘sine qua non’ para la liberación y
la realización de la utopía del mundo andino. En la novela se reivindica el
Taki Unjuy (según transliteración del autor), una rebelión del “precursor de Mahatma Gandhi, un hombre
llamado Juan Choque que jaqueó al coloniaje con solo bailes y canciones” (p. 49). Curiosamente, uno de
los protagonistas, el estudiante de sociología Adalberto Willka, recorre el
convulsionado Ayacucho con la misión de elaborar una suerte de “mapa” musical
de los pobladores de los Andes, engañado por quienes desde el aparato estatal desean
usar su informe para manipular y someter conciencias.
Por
las tetas de Miriam, como señalamos, pertenece a ese conjunto de obras
narrativas que son producto del proceso de transculturación en América Latina.
El reclamo del narrador de construir un “humanismo andino”, con todo lo que
implica como hibridación cultural, es elocuente en ese sentido. En esta novela
breve, De la Cruz demuestra oficio y destreza en la descripción de los
escenarios –la intrincada geografía de la sierra sur– y en el relato de las
escaramuzas y enfrentamientos propios de la guerra, así como un amplio
conocimiento de la historia peruana y continental y de la mitología andina.
Aunque el título de la novela elegido por el autor –si bien explicable por el
argumento– nos merezca algún reparo, su lectura será una experiencia
enriquecedora para quien busque una explicación no hegemónica del pasado
reciente y, de paso y aún más importante, una literatura creada desde las
entrañas.
DE LA CRUZ ENCISO, Hernán. Por las tetas de Miriam. Ediciones Áltera, Madrid, 2016. 156pp.
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