lunes, 11 de noviembre de 2013

“No todas van al Paraíso” de Rafael Inocente: Paraísos artificiales en una sociedad infernal

A fines de los años ochenta, en los estertores del rock subterráneo, desde las canteras menos contaminadas con el statu quo, surgió una banda que tomaba su nombre del seminal grupo australiano de punk-noise Nick Cave and The Bad Seeds: Semilla Nociva. Uno de sus integrantes más inquietos y esforzados, Rafael Inocente, quien alternaba jornadas de bohemia en el jirón Quillca con sus clases de zootecnia en la Universidad Agraria La Molina, sorprendería una década después con una novela elogiada por el escritor Miguel Gutiérrez en su libro de ensayos El pacto con el diablo.

Rafael Inocente pertenece a la estirpe de escritores comprometidos, para quienes la literatura debe develar las contradicciones sociales y, asimismo, cuestionar y desenmascarar los mecanismos perversos del poder. Este afán militante por la denuncia social la expuso con beligerancia en su ópera prima La ciudad de los culpables, novela de intención polifónica en la que la narrativa urbana ligada al realismo social se codeaba con la virulencia panfletaria, el epistolario y la anécdota autobiográfica.

No todas van al Paraíso (Altazor, 2013) es su segundo libro publicado individualmente. Lejos de constituir una nueva colección de cuentos antes inéditos, la mayoría de relatos incluidos ya fueron publicados previamente, ya sea en libros antológicos (“Piel de Merluza” figuró en el libro  Mar de alucinados. Historias de pescadores, en donde compartía créditos con Julio Ramón Ribeyro y Óscar Colchado, entre otros importantes autores); en revistas especializadas (“Mi patria en mis zapatos” apareció en la revista Wifala), o en el libro-manifiesto Discursos contra la Bestia Tricéfala, junto con Ybarra y Delgado Galimberti (“No todas van al Paraíso”).

Por tanto, la publicación de esta colección no inédita de cuentos, revela un notorio interés de parte del autor por ordenar la propia obra cuentística, a partir de una criba personal que otorgue al conjunto un sentido unitario, a pesar de la diversidad temática y estilística. La idea-fuerza que sirve para nuclear los cuentos de No todas van al Paraíso es el desencuentro social, los abismos culturales y clasistas que aún perviven en la sociedad peruana, como reinos y mundos que se repelen en un solo espacio-tiempo, de modo que estos desencuentros entre los diversos sectores que habitan una comunidad se presentan como verdaderas travesías existenciales para los protagonistas, cuando no como una ofensa secular que debe ser vengada.

En “Un viaje espectral” el pescador vive su recorrido en un ómnibus interprovincial como una aventura fantasmagórica, aterrado por la apariencia lóbrega de los pasajeros al mirar la televisión. En el cuento se contraponen dos mundos que a la vez delatan dos esferas de lo humano. Por un lado, al inframundo de los muertos en vida, con sus almas “robadas” por los programas televisivos heredados del fujimorismo, pertenecería lo subhumano, una subespecie anulada de cualquier facultad cognitiva por medio de la frivolidad mediática; por otro lado, al mundo de los aún vivos, o mejor dicho, de los sobrevivientes, pertenecería el hombre conectado con la naturaleza, como el caso del pescador protagonista, inmune al macabro entorno de los seres ultraterrenos del ómnibus.

La alegoría del cuento es clara y se podría aplicar, si se hiciera un simple ejercicio de analogía, a otras ficciones del libro. A partir de esa lectura, tras el primer nivel de desencuentro entre los personajes –social, cultural, clasista o étnico–, subyace un nivel más profundo, que confrontaría lo humano contra lo que no lo es o dejó ya de serlo. Un ejemplo inverso, pero no contradictorio con esta visión, sino que en última instancia la refrenda, es el cuento “Érase una vez Abril”, que relata la odisea de un perro ovejero al ser vendido inconsultamente por la madre de su pequeño dueño y migrar a la ciudad. En este relato las cualidades humanas son adjudicadas casi enteramente al humilde y fiel animal; en cambio, la inhumanidad es la característica esencial de la mayoría de las personas que lo rodean en su recorrido vital. Sin embargo, a contrapelo de “Un viaje espectral”, que culmina en una escena de extrema violencia, las peripecias de Abril, el perro, tienen un final no tan trágico ni mucho menos violento: en la antesala de su muerte, el reencuentro con su antiguo dueño es un momento apacible, que parece restablecer cierta armonía y justicia en la dramática historia del tierno animal, y sirve de colofón a uno de los relatos más entrañables que hemos leído de Rafael Inocente.

A la par de la historia del migrante canino, “Mi patria en mis zapatos” narra la migración forzosa, producto de la leva, de un andahuaylino a Lima, en donde tras renunciar al Ejército decide trabajar de cargador en un mercado. Víctima de un malentendido (es la época de la guerra interna, los rastrillajes, la paranoia ciudadana y la caza de brujas institucional) Indalecio es confundido con un “terrorista” en un operativo y encarcelado en el pabellón de los presos de Sendero durante quince años. Atrapado en una suerte de historia circular, tras su liberación, en la era post-Fujimori, Indalecio pronto volverá a ser acusado debido a un antiguo expediente. El narrador-personaje, un periodista independiente dedicado a la investigación de violaciones de derechos humanos, no solo describe los acontecimientos de Indalecio, su amigo fortuito, sino comenta y razona las conductas y juicios de todos los personajes involucrados, así como opina sobre los diferentes contextos en que se desarrolla la historia; de este modo, en el cuento se ofrecen evaluaciones sobre el rol de la CVR, los estragos de la guerra y la responsabilidad compartida de las fuerzas beligerantes, y hasta el supuesto apogeo económico del que gozaría la población en la actualidad. Pese a esa intromisión del narrador en la historia, “Mi patria en mis zapatos” logra captar el interés del lector y es un buen ejemplo de la destreza narrativa de Inocente.

Otro de los puntos altos del libro es el breve cuento “Piel de merluza”, narrado con un halo de misterio, que recuerda por momentos los cuentos de atmósfera de Machado de Assis. De nuevo hallamos la contraposición entre seres de dos mundos: por un lado, un par de viejos señoriales de Paita, de apariencia fantasmal, y por el otro, dos muchachos pescadores de merluza, con sus “torsos color de la tierra”, quienes son los llamados a ser los vengadores de un ultraje de siglos, prolongado en el racismo incontinente de los ancianos. “Piel de merluza” está escrito con una prosa relevante y es, sin duda, digno de figurar en cualquier antología del cuento peruano de la última década.

Menos convincentes resultan “Un huayno” y “Una historia clínica”, en los cuales se aprecian exabruptos ideológicos. En “Un huayno” dos universitarios dialogan en un bar sobre el baile del huayno mientras intentan flirtear con dos muchachas, contraponiendo sus gustos a los demás comensales, lo cual genera una trifulca con dos “matones” que intentan restablecer el orden del bar al poner música salsa. Si bien en “Un huayno” hay un marcado interés reivindicativo de una cultura postergada, la antinomia andino (huayno) versus acriollado (salsa) se resuelve en el cuento en la tradición machista urbana: la demostración de la superioridad y de la galantería a través de la fuerza. En “Una historia clínica” la matrícula en un colegio no estatal de su hija, es para un médico el símbolo de la traición y la desilusión sobre la integridad de su mujer y, a la postre, significa su decadencia vivencial. En el texto subyace la idea de que la cultura y el entretenimiento, la educación y el confort, la inteligencia y la avaricia, son irreconciliables y problemáticos; el problema no resuelto, sin embargo, es si un médico de una clínica privada con semejantes divagaciones y aversiones a los colegios privados, incluso alternativos, no debería haberse cuestionado mucho antes su propio desempeño profesional.

El libro cierra con “No todas van al Paraíso”, que da título a la colección. En este cuento, a diferencia de casi todos los anteriores, aflora el humor y la sátira de manera desbordante. Aun así, el trasfondo de la historia no deja de ser dramático: retrata la fragilidad de una muchacha ante el dilema de conseguir un empleo o dejar sus estudios al no poder solventarlos. Ante esa disyuntiva, la protagonista, Carmela Sotomayor, ingresa al mundo de las anfitrionas, en donde poco a poco descubrirá, tras la superficialidad aparente, una realidad sórdida.

 En suma, No todas van al Paraíso de Rafael Inocente reúne un conjunto de cuentos escritos con buen pulso, con una mirada a veces agria, a veces mordaz, de la muchas veces infernal sociedad peruana. Resalta una mirada política del narrador, cuestionadora. Cuentos en los que, como diría el Vallejo de Poemas Humanos, “la cólera del pobre tiene un acero contra dos puñales”.