martes, 27 de marzo de 2007

"A LOS FALSOS DIOSES DE LA LITERATURA LOS HEMOS BAJADO DEL ALTAR" ENTREVISTA A OSWALDO REYNOSO

Para conversar con un gran escritor no se necesitan más razones ni excusas que la propia adhesión a la literatura. En el caso de un gran escritor que además mantiene un compromiso indoblegable con la utopía socialista, a la afinidad literaria se unen la admiración y el respeto que merecen quienes no han claudicado de sus idearios ni tampoco han sucumbido hipnotizados por las quimeras posmodernas y los harrypotters de la globalización. Pero había un motivo adicional para entrevistar a don Oswaldo Reynoso: el vendedor debate "literario", promovido por una de las guaridas mediáticas de los "argolleros", necesitaba una puesta en orden desde la otra trinchera. Al final, en el acogedor ambiente donde varias veces hemos recibido la hospitalidad de don Oswaldo, la conversación abordó diversos temas, tentó la digresión, retomó algunos aspectos ya tratados pero desde un nuevo enfoque, en donde por supuesto también asomó su última obra, "El goce de la piel", y se fue perfilando como un acto de goce, esta vez del dominio de la palabra, en el que don Oswaldo es un verdadero maestro. (Arturo Delgado)


EL ESCRITOR, SUS COMPROMISOS Y SOLEDADES

RAFAEL INOCENTE: Cuando en el año 1956 Vargas Llosa lanza la pregunta "¿Qué es la técnica para usted?", Arguedas responde afirmando que "toda técnica tiene que resumirse en comprometer al lector". ¿Suscribes esta afirmación?
OSWALDO REYNOSO: Me parece que lo que dice Arguedas es cierto. Toda técnica compromete al autor porque la técnica no está aparte. Algunos creen que la técnica es un procedimiento que no tiene nada que ver con un autor, pero a mí me parece que sí. Hace unas noches estuve con Rodolfo Hinostroza. En los años sesenta, Hinostroza era un jovencito que tenía mucha amistad con los escritores de esa época, porque su madre era poetisa, y la otra noche Hinostroza recordaba lo que le dijo Eleodoro Vargas Vicuña. Cuando Vargas Vicuña vio que era un lector voraz, le dio este consejo: "Aprende la forma, porque el fondo lo pones tú". Y me dice Hinostroza: "Desde entonces yo tuve un sentido del valor de la forma". El fondo es lo que en realidad el escritor quiere expresar, que de alguna u otra manera está ligado a la concepción que el escritor tiene del mundo, es decir, a su ideología; para expresarla tiene que buscar formas, y entramos a la técnica. En cuanto el autor consigue una técnica adecuada, en la cual puede expresar clara y bellamente lo que él quiere expresar, estamos hablando de la literatura, de una buena literatura.

ARTURO DELGADO: Los formalistas rusos, también los estructuralistas, creían en la autonomía del lenguaje en los textos literarios. Hay una definición de los formalistas rusos que me gusta mucho, según la cual el lenguaje literario es la violencia perpetrada contra el lenguaje ordinario para subvertirlo y crear una obra literaria. ¿Estás de acuerdo con esa definición o crees que habría que agregarle otros elementos?
OSWALDO REYNOSO: Parto del punto de vista de que existen tres maneras de usar el lenguaje. Hay una manera local, popular, que por lo general se expresa a través del lenguaje oral. Hay una forma estándar, que además del oral, se expresa a través del lenguaje escrito. Y hay una forma literaria. La primera forma local es muy restringida en el espacio y en el tiempo, corresponden a las regiones de cada país. Es la forma que emplean ciertos periódicos, que yo no llamo "chicha" por respeto a la palabra "chicha", sino periódicos pirañitas, allí hay un uso de ese tipo de lengua popular, regional, que incluye la replana. El estándar, en cambio, es la forma que relaciona a toda la comunidad hispanohablante. En esa forma están escritos todos los libros, es la forma que nosotros estamos empleando en este momento. La forma literaria es cuando estas dos formas se trabajan con una intencionalidad de construir belleza. No puede haber un lenguaje literario que no sea bello. Se puede trabajar tanto la forma popular como la forma estándar. Cuando hay un novelista o cuentista que se apega a la forma estándar no está haciendo literatura. En ese caso, pues, hay una subversión contra la forma estándar, y hay una utilización estética de la forma popular. La jerga, el regionalismo, cuando entra al texto literario, cuando el autor sabe utilizar bellamente este lenguaje, lo saca de su círculo reducido de comprensión, porque toda persona que lea una novela donde esté esta palabra la comprenderá. Una característica negativa de estas palabras regionales es que son efímeras, son formas que pasan de moda. La jerga actual es totalmente diferente a la de hace diez años. Pero cuando esa palabra entra al caudal literario deja de ser efímera.

RAFAEL INOCENTE: ¿Existe la soledad del escritor? ¿Necesitas compartir lo que escribes con alguien antes de publicarlo, tal vez amigos, tertulias, familiares?
OSWALDO REYNOSO: En el momento de la creación uno está solo. Pero una vez que ya has escrito es necesaria la confrontación, porque uno no tiene la suficiente capacidad para ver el texto con cierta distancia, con otros ojos. Cuando escribo, antes de publicar, por lo menos se la muestro a diez o quince personas y voy anotando las sugerencias. Para esta mi última novela, "El goce de la piel", he tenido acá en mi casa una reunión de lectura, además se la he dado a otras personas que no necesariamente escriben novela. Las observaciones que hacen para mí son muy valiosas. Las calibro; algunas las acepto, otras no.

RAFAEL INOCENTE: Es necesario un arte total, concebido desde la rebelión ética y estética. En ese sentido, Oswaldo, ¿crees que la escritura es solamente una opción estética?
OSWALDO REYNOSO: Ya antes he dicho que todo hombre tiene una concepción del mundo. Esa concepción del mundo es el sustento de su ideología, porque a través de ella dirá si las cosas están bien o están mal, y si las cosas están mal creará inmediatamente una utopía. Ayer discutía con algunas personas para quienes las utopías habían fracasado. Al contrario, la utopía es un estímulo. A lo mejor sé que la utopía no se realizará, pero es la meta que yo tengo. Entonces todo hombre tiene ese estímulo: el analfabeto, el que lee, el que no lee, el culto, el científico... Eso nos iguala a todos. ¿Por qué transformar al escritor en un robot? ¿Por qué darle una condición distinta del ser humano? Todo escritor, por ser hombre, tiene una concepción, una ideología, y eso necesariamente, quiera o no el autor, se plasmará en su obra. Un filósofo alemán decía: "Aún no ha nacido el hombre que pueda saltar sobre su propia sombra". Es decir, nadie puede saltar sobre su propio entorno. De tal manera que discutir sobre si un autor tiene ideología o no me parece una tontería. También es una tontería discutir si un autor está comprometido o no. Lo que pasa es que en las décadas del cincuenta o sesenta se creía que sólo había el compromiso del escritor con el pueblo o con una ideología de izquierda, pero un escritor también puede estar comprometido con la derecha y contra el pueblo.

EL "DEBATE LITERARIO" EN LA PICOTA

ARTURO DELGADO: A propósito del llamado "debate literario" promovido por un medio de prensa, que en verdad fue más un debate extraliterario, con ataques personales, donde se habló de todo menos de literatura, ¿qué piensa de esta división entre literatura costeña y andina?
OSWALDO REYNOSO: Hay que rastrear este debate entre andinos y criollos. Comienza con una declaración, un documento de Zein Zorrilla, que divide a los escritores peruanos entre criollos y andinos. A mí eso me pareció una tontería, porque yo me encontré a Zein Zorrilla y le dije: "Yo no soy ni criollo ni andino, entonces ¿qué mierda soy para ti?" (Carcajadas). No supo contestarme. Además, él nombra como criollos a los pitucos de Lima. ¿Cuándo un pituco de Lima ha sido criollo? La imagen del criollo es de quien vive en los callejones de Lima, en los Barrios Altos, Breña, La Victoria, que son tipos sandungueros, pícaros, a quienes les gusta la jarana, que toman pisco raspagarganta o cañazo. Estos pituquitos no tienen la característica de los criollos, ¡en la vida! Esa designación es incorrecta. Y eso derivó a "escritores costeños y andinos". Hablando con un profesor de geografía, le decía: "El Perú es un país andino. Así como Egipto es una cultura que se explica por el Nilo, toda la cultura del Perú se explica por los Andes. Las lluvias de los Andes bajan a la costa y se forman los ríos amazónicos, y algunas estribaciones de los Andes llegan hasta la costa, de tal manera que lo que ha marcado a la cultura en el Perú son los Andes". De modo que decir "costeño" porque se nació en esta franjita de desierto cruzado por un río, o "andino" por nacer en la altura, es un error... Indudablemente hay realidades típicas y sobre esas realidades se ha creado una mitología. Y qué vemos ahora con la migración: la mayoría de la población limeña viene de los Andes y cuando escriben de Lima, ¿acaso dejaron de ser andinos para ser costeños? No, pues, eso no cabe en mi cabeza.

ARTURO DELGADO: Aparte de que la literatura es de autor, y la cosmovisión de un autor no se circunscribe a una geografía... Pero volviendo al debate, ¿no era de esperarse que la "concluyera" alguien de la argolla?
OSWALDO REYNOSO: Este debate ha sido una tontería, pero en cierta forma ha sido útil. Porque en el Perú siempre ha habido grupetes de pitucos que por manejar algunos medios e influencias se autotitulan como representantes de la cultura peruana. Y han sido figuras que no podían tocarse. No había congreso ni reunión nacional o internacional donde no estuvieran allí de cabeza, por varias razones. La gente que organiza esos eventos sabe que esos escritores no tienen valor, pero los invitan porque se aseguran la publicidad en los diarios y canales de televisión, porque manejan medios. Son tan estúpidos que creen que son grandes escritores. Este debate ha servido para desenmascararlos. Y esta situación no es de ahora. Por eso cuando yo escribo ese artículo "Ejemplos negativos" me refiero a la década de los sesenta, porque en esa década había la misma situación y nadie se atrevía a enfrentarse al señor Oviedo. Todo el mundo le tenía miedo. Esta situación se ha presentado siempre en el Perú, con diferentes caras. Ahora la cara ya sabemos quiénes la representan, ¿no es cierto? Y está bien que se hayan lanzado contra ellos porque han salido tan magullados que han contestado de forma desesperada. Y hay un señor, mal cuentista, que está paseando por todos los canales, revistas y periódicos con su fotografía, como una especie de autodesagravio. Pero la gente ya no cree en ellos y por eso la polémica ha servido mucho, sobre todo para los jóvenes escritores que estaban pendientes de esto. El saldo positivo es haber destruido la imagen de estos señores, de estos falsos mitos. A estos falsos dioses los hemos bajado del altar.

JÓVENES E ILETRADOS

RAFAEL INOCENTE: En varias de tus obras introduces la jerga, el lenguaje específico, ese hermetismo casi iniciático de la juventud popular. Ahora, las cosas han cambiado mucho. El componente poblacional indígena es masivo en Lima y en todas las ciudades costeñas. Este nuevo poblador citadino posee una matriz cultural fundamentalmente andina, como has dicho. Esta masa poblacional joven tiene varias características que la tornan presa fácil de los mass media: elevada tasa de analfabetismo, analfabetismo funcional, ínfima comprensión de lectura y considerable pobreza en la utilización del idioma castellano (según estudios realizados por lingüistas, el peruano promedio no utiliza más de 20 palabras en su léxico diario). ¿Cuán utópico puede resultar producir arte para una juventud que balbucea en castellano, para una juventud que no lee y, si lo hace, y esto es terrible, no lo comprende?
OSWALDO REYNOSO:
Precisamente en la década del sesenta cuando sacamos Narración, en el editorial del primer número decíamos que vivíamos en un país con una gran población con analfabetismo y definíamos cuál era nuestra misión como escritores: estar al lado de pueblo y superar esas condiciones. No sé hasta qué punto eso se puede superar a través de la literatura. Conversando sobre estas pruebas a las que te refieres con Walter Peñaloza, gran maestro, él me dijo: "Es que se les preguntó sobre cosas que nunca se les había enseñado". Esas pruebas fueron hechas por gente extraña y preguntaron cosas que nunca se habían enseñado en el Perú, que era: a leer y a escribir. Por tanto el bajo nivel es culpa de la línea de los sucesivos ministros de Educación sobre esta materia. Por otra parte, he examinado las pruebas de comprensión y no estoy de acuerdo con ellas ni tampoco con las que se llaman "de razonamiento verbal". Como estas pruebas tienen que aplicarse a una gran población, recurren al sistema de las preguntas y se le dice a la persona evaluada que marque con un aspa las alternativas. Luego se pregunta cuáles son las ideas principales, cuáles son las ideas secundarias, qué ha comprendido, y todo es a base de aspas. Esas pruebas tienen dos fallas. En primer lugar, que quien hace la prueba considera que él sí comprende el texto y exige que los demás comprendan como él ha comprendido. Entonces tenemos allí la presencia de un tirano, un dictador, que impone su criterio para hacer una evaluación. Y por otra parte, al alumno se le da la opción de la suerte. Por eso estoy en contra de esas pruebas. Como profesor les he dado a leer "El Caballero Carmelo" a mis alumnos y les pregunté cuál es el personaje principal. Tengo una tabla de calificación y pongo como personaje principal al Caballero Carmelo, y si un alumno no pone un aspa en el Caballero Carmelo le bajo puntos, porque esa es mi lectura como profesor. Pero hubo alumnos que no pusieron ninguna aspa. Les llamo y les pregunto por qué, y me dicen: "he leído el cuento, profesor, y para mí el personaje principal es el hermano, porque yo tengo un hermano parecido al del cuento". Con ese tipo de pruebas se atenta contra la imaginación. Y se les está encaminando a que acierten de acuerdo al criterio de quien hizo la prueba. De tal manera que para mí esas pruebas no tienen validez. Ahora, indudablemente en el Perú hay un gran porcentaje de gente que no lee, pero eso también habría que analizarlo bien. Si en el Perú la gente no lee, ¿por qué existen las ferias del libro populares, por qué hay piratas, por qué subsiste la feria de Amazonas? Si no hubiera lectores, ni Amazonas ni los piratas subsistirían. Lo que pasa es que la política del Estado en relación con la publicación de libros no existe. De tal manera que para ver si los niños o adolescentes en el Perú leen nos vamos a mercados formales y no al mercado informal. Cada cierto tiempo aparecen en el periódico los libros más vendidos, donde echan mano a dos o tres librerías que son caras. ¿Cuáles son los libros más vendidos en Quilca, en Amazonas, en el suelo? Como dijo Washington Delgado, toda campaña para revertir la falta de hábito de lectura comienza con poner un buen libro en manos de cada estudiante del Perú.

RAFAEL INOCENTE: Insisto: Eres uno de los escritores más populares entre la juventud, muchos universitarios leen con deleite tus obras, pero aún así, esos no pasan de unos cuantos millares. ¿Qué pasa con los que realmente "hacen la historia"? Estas masas no pueden ser alcanzadas por productos auténticamente culturales, productos artísticos, pues están condicionadas para ser permeables a los productos en serie. La serie es el modelo técnico de la repetición, de la vulgarización, del condicionamiento. Así las cosas, ¿este debate crees que haya trascendido entre los jóvenes de sectores populares?
OSWALDO REYNOSO:
No creo que haya trascendido, sólo lo han leído las personas interesadas. Porque a la gente común y corriente no le interesa, y no le interesa porque en primer lugar no lee las pocas páginas culturales. Los periódicos cada vez se distancian más de las masas en cuanto a la difusión de obras literarias. Hay pequeñas reseñas. Sería bueno hacer un estudio para ver qué espacio a la cultura dedican los periódicos. En este momento no sé si habrá algún periódico o revista que semanalmente publique poemas o cuentos, como había antes. Ahora eso no existe. La gente de los asentamientos humanos tampoco tiene acceso por falta de una verdadera política de Estado, que nunca habrá. He tenido contactos con grupos de jóvenes de diferentes conos, de diferentes asentamientos humanos, donde ellos mismos se organizan y hay una autofinanciación a través de las polladas culturales. En una zona de Villa El Salvador hay un grupo que los sábados invita a bandas de rock, grupos de teatro, y en un local o en la plaza pública hacen una pollada, venden cerveza y reúnen la plata que les sirve para pagar la movilidad de un escritor y llevarlo hasta esa zona para hacerle un pequeño homenaje. Ese fenómeno está apareciendo en diferentes sectores.

ARTURO DELGADO: ¿Cuál es la situación actual de la narrativa joven? Hace más de diez años, cuando regresaste de China y empezaste a leer a los escritores jóvenes de entonces, los calificaste como una narrativa de transición. Pero ya pasó más de una década. Hace unos años te entrevistó Sergio Galarza y le diste la misma respuesta. Pero con la perspectiva de casi quince años transcurridos, ¿sigues considerando que la narrativa joven continúa en una etapa de transición?
OSWALDO REYNOSO:
Algunos han logrado cuajar su obra, otros han desaparecido, se los ha tragado no sé quién (risas). Aparecieron con mucho ímpetu, con buenos cuentos, pero luego se han dedicado a su profesión, otros se han ido al extranjero. Y sobre los novísimos... yo estoy muy preocupado del rumbo que está tomando actualmente la joven generación, a excepción de algunos escritores. Creen en la globalización y en que la globalización es ser cosmopolita y que mientras más experimentos hagan son más modernos. Pero no saben o no recuerdan lo que dijo Mariátegui: "lo nuevo de hoy es lo antiguo de mañana". Están embarcados en hacer libros-objeto, en usar todos los medios de comunicación, pero eso va a pasar. Se han olvidado de lo fundamental de la literatura. Y no es que yo sea tradicionalista. Los grandes escritores de ahora, Saramago, Benedetti, Umberto Eco, los grandes escritores norteamericanos, son los escritores de los pequeños boom. Ahora hay grandes editoriales que modelan el gusto, tanto que se han puesto de moda los libros de autoayuda, hay un Bambarén acá que vende miles de libros. Esto no es nuevo.

LA GLOBALIZACIÓN Y EL SOCIALISMO

RAFAEL INOCENTE: Hace un momento hablaste de tu artículo "Ejemplos negativos", el cual leímos con gran placer. Allí declaras públicamente tu adhesión al marxismo, tu creencia en la lucha de clases, en la rebelión de los pobres y el compromiso del escritor. Hace ya varias décadas, Marcuse afirmó que "el socialismo en el futuro tendría el valor que le permita el ciego desarrollo tecnológico por el que ha enrumbado el mundo". ¿Qué significa para ti el socialismo en su estado ideológico actual?
OSWALDO REYNOSO: La gente muy ilusa cree que cuando se trajo abajo el Muro de Berlín se acabó la lucha de clases. Siempre he pensado que esa gente son marxistas al revés, porque precisamente uno de los ideales del marxismo es una sociedad sin clases. Ellos han retomado ese ideal, pero para su beneficio. Dentro de una sociedad netamente socialista se atenúa la lucha de clases y ahora no hay lucha de clases sino grupos monopólicos. El marxismo habla del internacionalismo proletario y ellos hablan de la internacionalización del capital. Una serie de principios del marxismo han sido tomados por la derecha internacional y les han dado la vuelta. Yo creo que, tal como va el neoliberalismo, a las grandes potencias y a las grandes transnacionales no les interesa el ser humano, y la única alternativa es el socialismo que cree en el hombre. El socialismo ya no es solamente la esperanza de una sociedad justa: el socialismo es en este momento la esperanza para salvar la especie humana, porque el neocapitalismo la está destruyendo. Lo que ha habido en la URSS, en China y en Cuba son sólo algunos caminos, pero no significa que el socialismo haya fracasado.

RAFAEL INOCENTE: En tus obras, prácticamente en todas, no se respira ese optimismo incondicional, beato, hacia lo que ofrece el capitalismo ni tampoco hacia lo que pudo ofrecer el socialismo de Estado en China. Más bien se respira una atmósfera de cuidado frente a la pragma impuesta por la sociedad burguesa. Luis Alberto Sánchez afirmó alguna vez que en tus obras se respiraba pesimismo y desesperación. Salvo para los zdanovistas, ni el pesimismo ni la desesperación son contrarrevolucionarios. ¿Crees que la fe en una ideología logre cambiar el hombre y la vida?
OSWALDO REYNOSO: Yo creo que sí. Un hombre que haya destruido en sí mismo las utopías es un hombre cosificado. Indudablemente por vivir en un sistema capitalista, dependiente, como es el Perú, necesariamente hay momentos en que uno tiende a la desesperación. Para un escritor, para una persona que cree en utopías, vivir en una sociedad capitalista es totalmente difícil. Sin embargo, yo creía que vivir en la sociedad china iba a ser más fácil, pero me equivoqué. Es decir, la sociedad humana todavía no ha encontrado el verdadero camino.

ARTURO DELGADO: Hablaste con desdén de la juventud entusiasmada acríticamente con la globalización, eso me anima a preguntarte: ¿cómo ves el proceso de globalización capitalista y cómo se podría revertirlo a favor del hombre?
OSWALDO REYNOSO: Hay que tomar la globalización en dos sentidos. No podemos negar la globalización en lo que se refiere a los medios de comunicación. Efectivamente hay una globalización a través de la internet, a través de la televisión, a través del satélite. El otro asunto es cómo los grupos de poder utilizan estos instrumentos para una globalización a su medida. Cuando uno dice que está contra la globalización inmediatamente te responden: "eres retardatario, no quieres aceptar los avances de la ciencia y la tecnología". Pero no se trata de negar esos avances sino de oponerse a la utilización que hacen los grupos de poder en el mundo de esos instrumentos de la globalización para hacerla a su medida.

ARTURO DELGADO: De todas maneras esa globalización implica un tipo de democratización, porque por ejemplo es imposible controlar a millones de páginas web, siempre hay formas de infiltrar cierta información que puede ser hasta subversiva para quienes promueven esta globalización capitalista, es decir este aspecto libertario sería positivo.
OSWALDO REYNOSO: El desarrollo de la ciencia y de la tecnología nos lleva necesariamente, a pesar de los que la manejan, a una sociedad socialista. La contradicción es la propiedad. Uno de los principios fundamentales del capitalismo es la propiedad. "Yo soy dueño de esto". Qué está promoviendo la ciencia: la socialización de la propiedad, de tal manera que ahora el conflicto mayor en el mundo es contra la piratería. Pero quién ha propiciado la piratería: la misma técnica y la misma ciencia producida por el capitalismo, o sea es una contradicción. La ciencia y la tecnología caminan hacia un sistema socialista, destruyendo algunos principios capitalistas, sin quererlo, porque no pueden evitarlo...

ARTURO DELGADO: Eso también coincide con una tesis básica del marxismo sobre el desarrollo de las fuerzas productivas...
OSWALDO REYNOSO: Por ejemplo, la música. Antiguamente los músicos estaban al servicio de los reyes y de los grandes señores feudales. Y quiénes los escuchaban: los que iban a los salones, la elite. Ahora tú puedes tener acceso a cualquier gran orquesta del mundo, vas a El Hueco y lo encuentras a dos soles (risas). Quién ha hecho posible eso: la tecnología. Lo importante es que la ciencia y la tecnología desarrollada por el propio capitalismo va en contra de sus propios fines.

ARTURO DELGADO: Obviamente la literatura también tiene que cambiar. Los libros no son las únicas formas en que un lector tiene acceso a la literatura, también tiene acceso a través de internet...
OSWALDO REYNOSO: Pero con una diferencia. Algunos dicen que el libro va a desaparecer por el internet. Yo no creo. Porque en primer lugar el lector subraya, el lector lleva el libro a todo sitio; es diferente que leer en la computadora. En una conferencia donde participó Washington Delgado, yo le dije: "para ti, qué es más hermoso, cuándo sientes más placer, ¿cuándo te sientas ante una computadora y lees los poemas de San Juan de la Cruz o cuando tienes un libro con una pasta de cuero, en una buena edición?" Eso el internet no lo va a destruir...

ARTURO DELGADO: Hay un elemento estético...
OSWALDO REYNOSO: Así es.

RAFAEL INOCENTE: Me remito a lo que se habla de la fetichización del libro, ¿crees en ello, cuál sería la diferencia?
OSWALDO REYNOSO: No es fetichismo, sino que el libro es una obra de arte. Por eso el autor se preocupa en la carátula, en la edición, en el papel. La computadora no ofrece eso. Además tú puedes pasarte echado en tu cama leyendo un libro hasta cinco horas o más, pero no, en cambio, sentado en la computadora.

EL GOCE DE LA PIEL
ARTURO DELGADO: Tu última obra, "El goce de la piel", se puede leer como un libro de variaciones sobre un mismo tema: el descubrimiento de la sexualidad, específicamente homosexual. Este descubrimiento es también una liberación del sentimiento de culpa del catolicismo y a la vez hay como una nueva religión en el sentido de religarse al propio cuerpo, como objeto de placer, de goce. ¿Habría una especie de estética, de "religiosidad de los sentidos" en la obra?

OSWALDO REYNOSO: Ese es uno de los temas fundamentales del libro, pero hay otras situaciones que, con una lectura atenta, los lectores podrán ir descubriendo. En toda obra hay varias calas. Hay una que es fundamental, que tiene que ver con eso. En el primer relato el tema no es más que el proceso de la destrucción del Medioevo con el descubrimiento de la sexualidad. Se dirá que ese es un tema europeo, y que eso ya pasó; sin embargo, en la sociedad peruana todavía subsiste. La educación en muchos sitios es medioeval. De pronto el joven va descubriendo el renacimiento; el renacimiento es el culto al cuerpo, el culto al desnudo. Ese proceso que se dio en Europa hace siglos, recién se da en el Perú. Esa es una interpretación del primer relato. El segundo sobre el joven que va a la playa y se masturba y dice que no hay dios, es el descubrimiento del ateísmo a través del placer. Por eso el libro es subversivo. El primer relato lo es, el segundo también, porque es una subversión contra toda una formación religiosa que lleva a la desesperación y a la pena y no a la liberación del ser humano. En otro relato, en una apuesta un joven tiene que meterle la mano en el trasero al capo de los capos, al macho del barrio más macho de Lima, La Victoria; ese relato es subversivo contra el machismo, es la burla al machismo. En otro relato se indica que la pobreza, el desamparo, las situaciones más terribles en las que puede pasar un joven en el Perú no le quitan la belleza, porque lo que se impone es ese sentido de belleza. El personaje del relato está jodido, fregado, en la cárcel, pero sigue siendo bello. El último relato le da categoría de modelo al libro, y es el vértigo del tiempo, el uno y el otro. Algunos que han leído el libro me dicen que los relatos no son como "Los Inocentes". Por supuesto, en "Los Inocentes" hay otro planteamiento ideológico y de tema. ¿Y cuáles son las reacciones? Amigos de mi edad que han leído el libro no lo comprenden, de otra edad me dicen que es un libro muy fuerte, pero muy bien escrito, los jóvenes me dicen así hay que escribir, así hay que decir las cosas, y esa diferencia de opiniones se debe a que el libro toca un tema que es un tabú, el tabú del sexo, y de un tabú muy jodido que es la homosexualidad. Entonces la gente de sesenta años todavía no acepta la homosexualidad, pero aceptan el libro por amistad o porque está bien escrito. Pero los que sí llegan a aceptar el libro como una liberación de los tabúes son los jóvenes.

ARTURO DELGADO: Ya que tocó las comparaciones de su último libro con "Los Inocentes", otra diferencia sería que en "Los Inocentes" usted se interesa por una collera, un grupo, en cambio en "El goce de la piel" lo gregario es desplazado por el descubrimiento de la sexualidad en un individuo. Asimismo el empleo de la jerga lo ha dejado casi de lado. ¿Cómo ve este cambio dentro del desarrollo de su narrativa? ¿Considera que ha cerrado un ciclo y está empezando uno nuevo?
OSWALDO REYNOSO:
Creo que es el mismo, creo que es el desarrollo de una estética. Desde la prosa de "Los Inocentes" hasta la prosa de "El goce de la piel" hay un desarrollo. Es un desarrollo estético del manejo de la prosa. Y en lo que se refiere a los temas, casi son los mismos. En "Cara de Ángel" hay una escena donde están en el parque y le dicen que se la corra, eso mismo se repite en la escena de la playa, o sea que sí hay alguna conexión, son repercusiones.

RAFAEL INOCENTE: La impresión que me ha dejado la lectura de "El Goce de la Piel" es intensa y bella. Una especie de salmo —y ahí estaba Malte y ahí estaba Malte…— resuena en mi cabeza cuando recuerdo a los sucesivos Maltes de la historia. Hay un Malte pobre del cono norte, un Malte de Mollendo. El capítulo tal vez más conmovedor es aquel en que uno de ellos ya tiene a sus nietos y el otro está allí pero solo, en el cual Malte se despide del amigo y le dice: "me has marcado para siempre, pero creo que la distancia es lo mejor para nosotros…", mas no es el sabor amargo de la despedida, sino el "no me tomes cariño que estoy de paso", el desprendimiento y la entrega sin afán de posesión. Resulta curioso, pero en ciertos estratos altos de la burguesía se practica comúnmente el amor colectivo, el intercambio de parejas, el choque y fuga, y a la vez sería imposible contemplar a jóvenes contestatarios deambular de un lado a otro con tres o cuatro amigos y besarles sucesivamente. ¿La civilización actual dispersa el eros, lo reprime, lo sustituye, lo reinventa, lo sublima?
OSWALDO REYNOSO: Esos problemas siempre se han tratado en forma muy universal y general, pero creo que esos problemas hay que tratarlos de acuerdo a cada grupo social, a cada país, que tienen sus propias historias, sus propios miedos, sus propios complejos. Lo que pasa es que siempre hay una visión eurocentrista. Ellos creen que lo que les pasa a ellos les pasa a todo el mundo y lanzan sus teorías filosóficas como si eso pasara en todo el mundo y de pronto se dan con la realidad de que no es así.

RAFAEL INOCENTE: Te reformulo la pregunta: hace un momento dijiste que nosotros recién estamos pasando del Medioevo al Renacimiento, ¿en este caso qué sucede con la vivencia del eros en nuestro medio?
OSWALDO REYNOSO: Hay una liberalización sexual en los dos sectores, en las altas clases sociales y en los sectores más pobres. Los prejuicios vienen después. La clase media es la más compleja. En las familias de la clase alta se acepta la presencia del homosexual y funciona: va a las recepciones, no tiene problemas con la familia. En los sectores pobres también el homosexual es parte de la comunidad, del callejón, de la vecindad, se le respeta, se le quiere. En donde se le odia y se le hace la vida un infierno es en la clase media. Entonces ese problema tenemos que verlo desde esa óptica. Pero si tú vas un domingo por los barrios ricos verás que toda la comunidad de ese barrio está en el parque escuchando misa y después de la misa ven sus problemas. Si vas a los barrios pobres encontrarás que en la parroquia se reúnen también, juegan fulbito, algún vecino hace una pollada o una actividad. Eso no lo ves en los barrios de la clase media. Acá, por ejemplo, en Jesús María, ni los vecinos se conocen, no sé quiénes viven al frente. Entonces lo más jodido en el Perú es la clase media porque, como digo en "En octubre no hay milagros", tiene miedo a descender y su mira es ascender.

RAFAEL INOCENTE: Alguien definió el mundo profano como el mundo de las prohibiciones y el mundo sagrado como el de las transgresiones limitadas, ¿Existe para ti un erotismo indefinido que permitiría al hombre alcanzar una libertad sin barreras, un erotismo en el cual las transgresiones sean ilimitadas?
OSWALDO REYNOSO: Yo creo que sí, pero no transgresiones que vayan contra la misma especie ni contra la libertad de la otra persona.
Gracias, Oswaldo.
NOTA: Esta entrevista fue publicada, en versión editada, en la Revista de Literatura Peruana (Año IV - No. 5, diciembre 2006 - enero 2007), dirigida por Ricardo Vírhuez. Aquí ofrececemos la entrevista completa realizada por quien escribe y por Rafael Inocente, quien ha publicado en la antología de cuentos "Mar de Alucinados" y en la revista Wifala (No. 1 y 2) y tiene en prensa su primera novela.

jueves, 1 de marzo de 2007

Contracultura y posmodernidad en los ensayos de Mario Vargas Llosa


No parece novedoso escribir sobre la obra de Mario Vargas Llosa, pues es uno de los pocos autores peruanos cuyos libros han sido estudiados con detenimiento. A su vez, las posiciones político ideológicas del escritor suelen merecer el inmediato rechazo o menosprecio de parte de sus detractores, o la exaltación y la defensa acrítica de parte del círculo de intelectuales, escritores y artistas que conforman esos “poderes secretos”(1) enquistados en los medios de comunicación (quienes en una reciente polémica han sido también tildados como los “regios”). Pero, al parecer, a ninguno de los dos sectores les ha interesado indagar por la coherencia de Vargas Llosa (MVLL, en adelante) en relación con su cerrada defensa de la modernidad como abanderada de la libertad y creatividad humanas, así como las aporías de su discurso en tanto se lo confronta con los planteamientos posmodernos y las expresiones literarias afines a la contracultura. Adelantemos, sin embargo, que no nos mueve ningún interés en descalificar la obra ensayística de MVLL; sólo hemos rastreado sus preferencias y sus opiniones literarias en torno a los autores, movimientos y hechos relacionados con dos conceptos opuestos y contradictorios –la contracultura y la posmodernidad– en un intento de establecer en el caso de MVLL los límites y las posibilidades del discurso de la modernidad.

Finalmente, en vista de la profusa cantidad de artículos, entrevistas y breves ensayos publicados por el MVLL, nos hemos centrado sólo en sus ensayos literarios editados en el formato tradicional del libro, renunciando adrede –por razones de espacio– a cualquier otro texto en donde también se aborde esta temática.

(1) “Poderes secretos” es el título de un breve ensayo-“novela virtual” de Miguel Gutiérrez sobre Blas Valera y su Historia Occidentalis, en el cual, tras un sucinto recuento de hechos históricos que habrían determinado que este texto fuese incinerado y luego reemplazado por uno apócrifo en los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega, se revela la existencia de una cuatricentenaria secta, la cual, alertada de la existencia del verdadero manuscrito de Blas Valera que pondría en peligro los paradigmas sobre la nación y la cultura que constituyen el canon oficial que la secta protege, se encargará de silenciar este hallazgo.


La modernidad en los ensayos de MVLL

Se podrían resumir en una sola frase las motivaciones de MVLL al escoger sus temas de sus ensayos literarios: una preocupación constante por defender la “modernidad democrática”. Desde su ensayo de juventud Madame Bovary: La orgía perpetua hasta su más reciente La pasión de la libertad, el escritor peruano-hispano ha ido decantando sus gustos y sus aversiones en la literatura, es decir elaborando una estética, a partir de esta elección política previa. ¿Pero cuáles son las características de la modernidad que resalta en sus diversos análisis? En primer lugar, como ya señalamos, MVLL hace hincapié en la libertad. Como este concepto es demasiado genérico y podría suponer diversos matices, e incluso podría ser negado del plano real y puesto en la dimensión de las utopías (pues, siguiendo a Freud, no existe civilización sin un grado de represión), MVLL nos intenta convencer de que el súmmun de esta necesidad libertaria se expresaría en las sociedades democráticas capitalistas, donde la libertad de expresión tendría como componente esencial la libertad de empresa, la cual a su vez se basaría en la propiedad privada, pues es el sustento de la libertad individual. Es tanta su convicción al respecto, que ha llegado a pensar en una ecuación mental en la cual la literatura sumada a la modernidad es igual a la defensa de la propiedad privada. Si no, leamos lo que dice en ocasión del cuatricentenario de Don Quijote:

“¿Qué idea de la libertad se hace don Quijote? La misma que, a partir del siglo XVIII, se harán en Europa los llamados liberales: la libertad es la soberanía de un individuo para decidir su vida sin presiones ni condicionamientos, en exclusiva función de su inteligencia y voluntad. (...) En los halagos y mimos de que fue objeto, el Ingenioso Hidalgo percibió un invisible corsé que amenazaba y rebajaba su libertad ‘porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si (los regalos y la abundancia que se volcaron sobre él, añadido de MVLL) fueran míos’. El supuesto de esta afirmación es que el fundamento de la libertad es la propiedad privada, y que el verdadero gozo sólo es completo si, al gozar, una persona no ve recortada su capacidad de iniciativa, su libertad de pensar y de actuar. Porque ‘las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!’. No puede ser más claro: la libertad es individual y requiere un nivel mínimo de prosperidad para ser real. Porque quien es pobre y depende de la dádiva o la caridad para sobrevivir, nunca es totalmente libre. Es verdad que hubo una antiquísima época, como recuerda el Quijote a los pasmados cabreros en su discurso sobre la Edad de Oro (I, II, pág. 97) en que ‘la virtud y la bondad imperaban en el mundo’, y que en esa paradisíaca edad, anterior a la propiedad privada, ‘los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío’ y que llegaron ‘nuestros detestables siglos’, en los que, a fin de que hubiera seguridad y justicia, ‘se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos’ ”.(1)

Este tipo de argumentaciones serán moneda corriente en los textos en los que MVLL necesite probar que la libertad individual y la modernidad están ligadas, como hermanos siameses, al mercado capitalista y a la propiedad privada. No importa si hable de Cervantes, Flaubert, Brecht, Enzensberger, o cualquier otro autor, ya sea para “asimilarlo” a su propio pensamiento o para refutarlo a partir de él. En lo que respecta a Don Quijote, la lectura de MVLL es una interpretación interesada, tendenciosa, la cual, acomodando las citas a la fuerza como en un lecho de Procusto, quiere convertir a ese entrañable personaje en un adalid del liberalismo. No sería difícil para un anarquista o para un marxista extrapolar frases del Ingenioso Hidalgo para probar todo lo contrario. Es más, toda la novela muestra la actitud desprendida y batallante de Don Quijote, que no se conviene ante nadie ni se amarra a ninguna propiedad ni territorio sino sólo cuando ya ha renunciado, por la contundencia de la realidad, a su propia utopía caballeresca. Pero al margen de esta interpretación antojadiza de MVLL, habría que ver qué tan cierta resulta la supuesta necesidad de la libertad de empresa para el desarrollo de la libertad de expresión, o si más bien la subordinación (o interacción) entre ambas categorías es tan ficticia para el mundo real como las novelas de nuestro famoso escritor. El propio MVLL se encargará de desmentirse cuando se refiera a los “logros económicos” del fujimorismo:

“La economía se ha ordenado y con las privatizaciones, la apertura de las fronteras y la creación de mercados, un segmento minoritario se beneficia a ojos vista. Hay una erupción de edificios de apartamentos para las clases altas y Lima está llena de supermercados, almacenes, galerías, cadenas norteamericanas de fast food (Mac Donalds, Pizza Huts, Burger King, Kentucky Fried Chicken, etcétera) y de vídeos, cinemas modernos, restaurantes, y con la flamante Telefónica los nuevos usuarios obtienen el teléfono en pocos días (yo tuve que esperar nueve años para el mío) (…) La modernización ha llegado también, aunque más débilmente, a algunos bolsones del interior. En las pampas de Ica se multiplican las pequeñas y medianas empresas que, empleando el riego por goteo y otras tecnologías de punta, cultivan tomates, espárragos, flores y otros productos para la exportación, y las inversiones mineras, en los Andes centrales y norteños, son cuantiosas”. (2)

Es decir, casi el paraíso liberal hecho realidad en plena dictadura fujimorista, autoritarismo que obviamente es reprochado por MVLL aunque...

“De todos modos, aunque defectuosa e insuficiente, la orientación de las reformas económicas emprendidas por el régimen autoritario de Fujimori es la adecuada y el Gobierno democrático que algún día lo reemplace deberá profundizarla y perfeccionarla, de ningún modo dar marcha atrás”. (3)

Es fácil presumir que en su noción de modernidad y libertad, la libertad de empresa es un concepto mucho más imprescindible e intocable que la libertad de expresión que dice defender. El caso reciente de la grotesca homogeneización en el manejo de la información en la campaña electoral para la Presidencia de la República en nuestro país, donde no hubo un solo medio de comunicación que distribuyera su crítica por igual contra los candidatos favoritos, sino que al unísono todos se ensañaron contra quien se consideraba casi un peligro nacional, no causó el menor rubor en este libertario de marras, quien más bien se sumó en la cruzada como un digno caballero quijotesco de los ideales de libertad (de empresa, claro).

Otra característica de la modernidad de MVLL, como no podría ser de otro modo, es que esta debe ser a imagen y semejanza de la cultura occidental. No corresponde a este ensayo hacer un análisis detallado de su libro La utopía arcaica, pero creemos que un par de citas serán suficientes para corroborar cómo este otro componente es imprescindible para la realización de la modernidad vargasllosiana. En casi todas las páginas de su crítica contra el “arcaísmo utópico” del indigenismo, MVLL se esfuerza en probar que lo que le disgustaba a Arguedas no era el capitalismo sino que este conllevaba a la modernidad y, en consecuencia, a la desaparición de las tradiciones y la cultura del hombre andino.

“Ahora bien, lo cierto es que, como hemos ido viendo a lo largo de todo su proceso creativo, la idea de la revolución que se desprende de su obra (se refiere a El zorro de arriba y el zorro de abajo, anotación mía) difícilmente puede ser llamada marxista e, incluso, socialista. Su ideal es arcádico, hostil al desarrollo industrial, antiurbano, pasadista. Con todas las injusticias y crueldades de que puede ser víctima en sus comunidades de las alturas andinas, el indio está allí mejor que en Chimbote”. (4)

Sin embargo, la cultura andina no podría por sí misma haber evolucionado hacia un tipo de sociedad alternativa de bienestar en donde se contemplara la libertad individual, pues…

“La civilización quechua, capaz de dar de comer a todos sus habitantes y que alcanzó admirables niveles de organización y de realización material, fue despersonalizadora, destructora del libre albedrío y de la vida privada. Su perfección social fue la de la colmena o el hormiguero. La intimidad individual aparece poco, en forma explícita, en nuestra literatura porque sobre nosotros pesa la tradición de una cultura que deshizo al individuo en la colectividad”. (5)

No gastaremos tinta en refutar esta aseveración de nuestro gran escritor. Sólo nos limitaremos a enfatizar que estas son las bases sobre las que se apoya la defensa de la modernidad de MVLL: la libertad de expresión dentro del capitalismo y la cultura occidental.

(1) Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Edición IV Centenario. Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, Editorial Alfaguara, Pontificia Universidad Católica del Perú. 2004. Págs. XIX-XX.
(2) “Siete años, siete días”, pp. 148-149. En: Vargas Llosa, Mario. El lenguaje de la pasión. Editorial Peisa. Lima, 2001. 279pp.
(3) Op. cit., pág. 150.
4 Vargas Llosa, Mario. La utopía arcaica: José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. Fondo de Cultura Económica. México, 1996. p. 307.
(5) Op. cit., p. 303.


La contracultura en los ensayos de MVLL

Los movimientos de oposición a la modernidad capitalista,(1) que para la lógica vargasllosiana están imbuidos de una suerte de ideal arcaizante, desde otra perspectiva pueden recibir la denominación de “contracultura”. Es curioso que muchas de las ideas de Arguedas contra los efectos nocivos de la industrialización sean hoy el eje en torno al cual se aglutinan diversos grupos que reivindican la ecología y las culturas étnicas, entre los cuales están, por supuesto, los movimientos antiglobalización. Uno de sus teóricos, conocido a partir de las protestas de Seattle, es John Zerzan, autor del Futuro Primitivo, en el cual sostiene que el problema del hombre no comienza en el capitalismo, sino en el neolítico, y propone una economía preagraria. (2)

Pero para tener más claro qué manifestaciones pueden ser consideradas contraculturales, partamos de una definición. La del sociólogo y escritor venezolano Luis Britto García nos parece pertinente:

“Como la cultura se sustenta en las diversas memorias individuales de los integrantes del cuerpo social, y en las redes simbólicas a través de las cuales se comunican, dicho modelo no es homogéneo, como tampoco lo es la sociedad. De hecho memorias y culturas son sistemas de advertir heterogeneidades. De allí que a toda discontinuidad, a toda divergencia de condiciones dentro del grupo social, corresponda una diferenciación del modelo. Así como toda cultura es parcial, a toda parcialidad dentro de ella corresponde una subcultura. Cuando una subcultura llega a un grado de conflicto inconciliable con la cultura dominante, se produce una contracultura: una batalla entre modelos, una guerra entre concepciones del mundo, que no es más que la expresión de la discordia entre grupos que ya no se encuentran integrados ni protegidos dentro del conjunto del cuerpo social”. (3)

Ahora bien, ¿cuál es la actitud de MVLL frente a las expresiones y los movimientos de signo contracultural? En tanto que se le aparecen pacíficos, permeables producto de una moda pasajera y juvenil, o como expresión de una religiosidad inocua de los pobres, se muestra condescendiente y hasta tolerante, como se desprende de la lectura de su artículo dedicado a Bob Marley:

“Cuando visitó el África (Bob Marley, añadido mío) descubrió que aquel continente estaba lejos de ser aquella tierra de salvación para el pueblo negro con que lo mitificaban su credo y sus canciones y, desde entonces, estas fueron menos ‘negristas’, más ecuménicas y fue más intensa su prédica pacifista y su reclamo de espiritualidad.
No hay que ser religioso para darse cuenta de que sin las religiones la vida sería infinitamente más pobre y miserable para los pobres y miserables, y, también, de que los pueblos tienen las religiones que les hacen falta. Yo abominé de los pintorescos sincretismos teológicos de los rastas, de sus comuniones marihuanas, de las horrendas recetas de su dietario y de sus pelambres inextricables cuando descubrí que un hijo mío y un grupo de amigos suyos del colegio se habían vuelto catecúmenos de semejante fe. Pero lo que en ellos era sin duda pasajera moda, versátil voluptuosidad de jóvenes privilegiados, en los luctuosos callejones de Trench Town, o en la pobreza y el abandono de las aldeas de la parroquia de St. Ann me ha parecido una conmovedora apuesta por la vida del espíritu, en contra de la desintegración moral y la injusticia humana”. (4)

Estas muestras de comprensión y hasta de solidaridad frente a un movimiento musical religioso de carácter contracultural (en donde, sin embargo, no puede evitar expresiones de rechazo a lo que constituyen sus usos y costumbres) se diluyen y desaparecen cuando cree que hay una amenaza a la cultura hegemónica que él defiende, como en el caso de la insurgencia zapatista del comandante Marcos, a la que por un lado acusa de antidemocrática y por otro lado banaliza como si se tratase de un producto mediático:

“A ese proceso de democratización de México, el subcomandante Marcos no lo ha ayudado en lo más mínimo; lo ha entorpecido y confundido, restándole legitimidad a la oposición democrática y ofreciendo coartadas de supervivencia al poder que dice combatir. Desde luego, no es imposible que el héroe virtual que es él hoy día sea asesinado el día de mañana, por sus adversarios o por algún aliado envidioso, y pase entonces a engrosar el panteón de los héroes y de los libertadores: la Historia está trufada de esas prestidigitaciones. Pero, como este libro prueba hasta la saciedad, no es ese el destino que su trayectoria merece. Sino, más bien, el que preludian las ofertas que le han hecho llegar dos de sus más entusiastas admiradores: el cineasta Oliver Stone, para que encarne a su propio personaje en la película que piensa dedicarle, o como modelo de Benetton, en una campaña publicitaria de ‘los alegres colores’ diseñada por Olivero Toscani, el creativo del modisto, cuyo botón de oro sería la imagen del subcomandante, antifaz en la cara, metralleta al hombro, cachimba en la boca, en el centro de una ronda de indígenas armados y uniformados mirando confiados un horizonte de radiante sol”. (5)

En el ámbito literario, a sus conocidas polémicas con escritores de izquierda (marxistas y socialdemócratas), como el caso de su sonado intercambio verbal con Günter Grass, habría que agregar su menosprecio a escritores vinculados a los movimientos contraculturales, sobre todo a lo que Britto García llama “la contracultura de la droga”, con el caso emblemático de William Burroughs. (6) Al respecto, es sintomático lo que refiere sobre la primera impresión que le causó la lectura de Trópico de Cáncer de Henry Miller:

“El libro me impresionó pero no creo que me gustara: tenía entonces –lo tengo todavía– el prejuicio de que las novelas deben contar historias que empiecen y acaben, de que su obligación es oponer al caos de la vida un orden artificioso, pulcro y persuasivo. Trópico de Cáncer –y todos los libros posteriores de Miller– son caos en estado puro, anarquía efervescente, un gran chisporroteo romántico y tremendista del que el lector sale mareado, convulsionado y algo más deprimido sobre la existencia humana de lo que estaba antes del espectáculo. El riesgo de este género de literatura suelta, deshuesada, es la charlatanería y Henry Miller, como otro ‘maldito’ contemporáneo, Jean Genet, naufragó a menudo en ella”. (7)

La ambición de totalidad siempre ha acompañado a las novelas de MVLL. El “orden artificioso, pulcro y persuasivo” es, de alguna manera, parte de su ideal de modernidad. El caos, la dispersión, el contar historias que “empiecen y no acaben”, todo ello se sitúa, pues, en el lado opuesto de su teoría de la novela, de la literatura, de la ficción misma. Pero para que este orden dé una garantía de ser realmente persuasivo debería alcanzar un alto grado de estabilidad. ¿Este es acaso un rasgo de la modernidad? Si hemos de aceptar las conclusiones de Marshall Berman, como lo señala la paráfrasis de Marx que da título a su libro, en la modernidad “todo lo sólido se desvanece en el aire”:

“El único fantasma que realmente recorre la clase dominante moderna y pone en peligro al mundo que ha creado a su imagen es aquello que las elites tradicionales (y, ya que estamos, las masas tradicionales) siempre han anhelado: una sólida y prolongada estabilidad. En este mundo, la estabilidad sólo puede significar entropía, muerte lenta, en tanto que nuestro sentido del progreso y el crecimiento es nuestro único medio de saber con seguridad que estamos vivos. Decir que nuestra sociedad se está desintegrando sólo quiere decir que está viva y goza de buena salud”. (8)

De modo que MVLL, acosado por sus propios fantasmas modernos, rehúye la lectura de los escritores que le perturban la falsa estabilidad de una modernidad capitalista que es contradicha no sólo por su propia evolución cambiante e insegura, sino por las diversas expresiones y movimientos contraculturales que le salen continuamente al frente.

(1) En estricto, la única modernidad existente. Desde la Escuela de Frankfurt hasta Rudolph Bahro, (en su libro El socialismo realmente existente) la crítica de la nueva izquierda contra las sociedades socialistas del siglo XX se centró en demostrar que, por ejemplo, así como los programas quinquenales que aplicó Lenin seguían a pie juntillas las teorías económicas liberales, el carácter del Estado de los países de la órbita soviética se podrían calificar como “capitalismo de Estado”.
(2) El texto en mención es inhallable en formato de libro en su versión traducida al castellano. En algunas páginas de foros anarquistas se pueden hallar menciones o fragmentos del ensayo de Zerzan. Hace algunos años, había en internet una página en castellano dedicada al autor, donde figuraba el texto completo, de la cual dispongo de una fotocopia; lamentablemente, esta página ya no existe.
(3) Britto García, Luis. El imperio contracultural: del rock a la postmodernidad. Editorial Nueva Sociedad. Caracas, 1994 (segunda edición), pp. 17-18.
(4) “Trench Town Rock”, pp. 67-68. En: Vargas Llosa, Mario. El lenguaje de la pasión. Editorial Peisa. Lima, 2001. 279pp.
(5) “La otra cara del paraíso”, p. 187. En: Vargas Llosa, Mario. El lenguaje de la pasión. Editorial Peisa. Lima, 2001. 279pp.
(6) A contracorriente de la crítica, le parece un autor poco digerible, y manifiesta que sólo rescata su obra juvenil “Junkie”. Ver: Mario Vargas Llosa, Cartas a un joven novelista, Ariel-Planeta, España, 1997.
(7) Vargas Llosa, Mario. La verdad de las mentiras. Peisa. Lima, 1996. p. 77.
(8) Berman, Marshall. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”. Siglo XXI Editores. México, 1999, p.90.


La posmodernidad en los ensayos de MVLL


El mismo distanciamiento que a MVLL le provocan las expresiones contraculturales, le causa el posmodernismo, aunque con matices. El discurso posmoderno se centra, al menos en su concepción más general, en la negación de los grandes metarrelatos, esto es, la imposibilidad de que la historia pueda tener un sentido narrativo unidireccional.

“El posmodernismo no está entregando otra narración de la historia, sólo negando que la historia esté armada con algún sentido narrativo (…) el mundo en sí es un incesante juego de diferencia y no-identidad”. (1)

De este juego de diferencia y no-identidad surge el sujeto posmoderno, el cual, prosiguiendo la definición que ofrece Eagleton, es una “criatura del mercado”, un “ser descentrado” (“el yo deconstruido”). (2) Al igual que el sujeto posmoderno, el arte y la literatura también se deconstruyen. En este proceso se les desvincula del acto creador y de la idea de totalidad; más bien, expresan la fragmentación y la autonomía de los significantes frente a los significados. Son, en sí mismos, en tanto lenguaje, como diría Foucault, “estructuras de poder”. Ante estos planteamientos, MVLL se muestra implacable:

“Cada vez que me he enfrentado a la prosa oscurantista y a los asfixiantes análisis literarios o filosóficos de Jacques Derrida he tenido la sensación de perder miserablemente el tiempo. No porque crea que todo ensayo de crítica deba ser útil –si es divertido o estimulante me basta– sino porque si la literatura es lo que él supone –una sensación o archipiélago de ‘textos’ autónomos, impermeabilizados, sin contacto con la realidad exterior y por lo tanto inmunes a toda valoración y a toda interrelación con el desenvolvimiento de la sociedad y el comportamiento individual– ¿cuál es la razón de deconstruirlos? ¿Para qué esos laboriosos esfuerzos de arqueología retórica, esas arduas genealogías lingüísticas, aproximando o alejando un texto de otro hasta constituir esas artificiosas deconstrucciones intelectuales que son como vacíos animados? Hay una incongruencia absoluta entre una tarea crítica que comienza por proclamar la ineptitud esencial de la literatura para influir sobre la vida (o para ser influida por ella) y para transmitir verdades de cualquier índole asociables a la problemática humana y que, al mismo tiempo, se vuelca tan afanosamente a desmenuzar –a menudo con alardes intelectuales de inaguantable pretensión– esos monumentos de palabras inútiles”. (3)

La pérdida de la relación entre la obra y la vida, la negación de la capacidad transformadora de la literatura o la posibilidad de que esta idea ya le sea indiferente al lector posmoderno cuando acomete la lectura de un libro, es más que sólo una preocupación para MVLL, porque cuestionaría y haría desfasada su teoría de “los demonios” del novelista, su ideal flaubertiano de convertir a la novela en un “instrumento de participación negativa” en la vida. Esto es lo que nos dice el joven MVLL en La orgía perpetua:

“...con qué constancia Flaubert se consideró un ser marginal a la sociedad y cómo creyó siempre que su vocación literaria era consecuencia directa y afirmación de esta marginalidad. Pienso que el trastorno que significó para la cultura en general y para la literatura en particular el nacimiento de la sociedad industrial, el desarrollo veloz de la alta y media burguesía, es tan importante para explicar el anacoretismo de Flaubert como su situación familiar. En todo caso, es evidente que las condiciones estaban dadas para que, a partir de esta actitud de desesperado individualismo ante la vocación, lúcidamente asumida como una ciudadela contra el mundo, surgiera una estética de la incomunicabilidad o del suicidio de la novela, un arte en el que la marginación social y psicológica del artista tuviera un equivalente formal, es decir un arte de lo particular, de lo fragmentario, de lo inexpresable, de la destrucción. De una vocación apoyada en el rechazo furibundo de los hombres podía haber nacido una literatura en la que la palabra no fuera lugar de encuentro, sino escudo, frontera, tumba, prueba de la imposibilidad de conciliar arte y diálogo en la nueva sociedad tumultuosa.
Y sin embargo, no, Flaubert no fue el sepulturero genial de la novela. Su pesimismo no se tradujo en una literatura del silencio, en un virtuosismo solipsista, en un aristocrático juego lingüístico de reglas vedadas a la ingerencia (así escrito en el texto de MVLL, nota mía) pública. Desde su mundo aparte, Flaubert, a través de la literatura, entabló una activa polémica con ese mundo odiado, hizo de la novela un instrumento de participación negativa en la vida”. (4)

El “arte de lo particular, de lo fragmentario, de lo inexpresable”, casi una visión adelantada del ideal posmoderno, es visto por MVLL como el “suicidio de la novela”. De allí se entiende también el recelo que produce en MVLL el nouveau roman y escritores como Samuel Beckett. Su apego a la “historia”, al discurso, es justamente defendido con ardor en La orgía perpetua, en contrapunto con la reivindicación de Robbe-Grillet de la figura de Flaubert como precursor de ese tipo de novela que pretende despojarse de la anécdota. En ese sentido, anotaremos que este es uno de los pocos aspectos en los que MVLL se ha mantenido coherente en el transcurso de los años, como un sobreviviente del credo moderno que se está quedando a la zaga en el siglo XXI.

(1) Eagleton, Terry. Las ilusiones del posmodernismo. Editorial Paidós. Argentina, 1996, p. 58-59.
(2) Op. cit., pp. 137-140.
(3) “Posmodernismo y frivolidad”, pp. 31-32. En: Vargas Llosa, Mario. El lenguaje de la pasión. Editorial Peisa. Lima, 2001. 279pp.
(4) Vargas Llosa, Mario. La orgía perpetua: Flaubert y ‘Madame Bovary’. Seix Barral, 1986 (tercera edición), pp. 272-273.



CODA


Esperamos que de alguna manera hayamos conseguido aproximarnos a algunos aspectos poco analizados de la obra de MVLL. Sin embargo, este ensayo debe considerarse como un esbozo y un primer intento de develar las relaciones complejas y contradictorias de la obra de MVLL con las contraculturas y el posmodernismo a partir de su idea de modernidad.


BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA


Berman, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire. Siglo XXI Editores. México, 1999, 386pp.

Britto García, Luis. El imperio contracultural: del rock a la postmodernidad. Editorial Nueva Sociedad. Caracas, 1994 (segunda edición), 245pp.

Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Edición IV Centenario. Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, Editorial Alfaguara, Pontificia Universidad Católica del Perú. 2004. 1455 pp.

Eagleton, Terry. Las ilusiones del posmodernismo. Editorial Paidós. Argentina, 1996, 206pp.

Vargas Llosa, Mario. El lenguaje de la pasión. Editorial Peisa. Lima, 2001. 279pp.

Vargas Llosa, Mario. La utopía arcaica: José María Arguedas y las ficciones del indigenismo. Fondo de Cultura Económica. México, 1996. 359pp.

Vargas Llosa, Mario. Cartas a un joven novelista, Ariel-Planeta, España, 1997, 157pp.

Vargas Llosa, Mario. La verdad de las mentiras. Peisa. Lima, 1996. 206pp.

Vargas Llosa, Mario. La orgía perpetua: Flaubert y ‘Madame Bovary'. Seix Barral, 1986 (tercera edición), 276pp.

La visión de Lima en "Otras Tardes" de Luis Loayza


Otras tardes es un libro casi otoñal en la narrativa de Luis Loayza. Y al emplear adrede este vocablo (de sonoridad anticuada quizá) no aludimos a la edad en que el autor publicó esta colección de relatos, sino a que se trata de un texto en el que, si bien se aprecia un absoluto dominio de los recursos narrativos, hay un marcado sentido evocativo en donde la ciudad de Lima se revela desde una visión particular y un tanto fragmentada, que correspondería a la visión de las antiguas clases altas o aristocráticas en decadencia enfrentadas a los cambios acelerados sucedidos a partir de la década de los años cincuenta hasta la irrupción de la nueva fisonomía de la Lima de los ochenta. En ese sentido es otoñal la visión de Lima en el conjunto de relatos Otras tardes.
Este ensayo intenta (y no oculta) un acercamiento de Otras tardes desde la perspectiva de la llamada crítica sociológica de la literatura. Como sostiene Terry Eagleton en Una Introducción a la Teoría Literaria, la teoría y la crítica literarias están determinadas por “la forma en que organizamos nuestra vida social en común” y por “las relaciones de poder que ello presupone”(1). De este modo, la pretensión de objetividad absoluta, en una suerte de extremo cientificismo, dejaría fuera la posibilidad de una interpretación que conlleve una crítica de una obra escrita desde la subjetividad (como lo es sin duda Otras tardes), olvidando que también toda crítica, por más objetiva que se suponga, siempre implica “una relación de poder”.

(1) EAGLETON, Terry. Una Introducción a la teoría literaria. FCE. 1998. 291pp.

LA GENERACIÓN DEL 50 Y EL CONTEXTO NACIONAL E INTERNACIONAL

Luis Loayza pertenece a la Generación del 50, la cual renovó las letras peruanas. Importantes poetas como Washington Delgado, Carlos German Belli, Carlos Eduardo Eielson, Emilio Westphalen, así como historiadores del prestigio de Pablo Macera y Luis Guillermo Lumbreras, son considerados dentro de esta generación de intelectuales y artistas. En la narrativa, destacan Julio Ramón Ribeyro, Oswaldo Reynoso, Carlos Eduardo Zavaleta y Enrique Congrains Martin, entre otros.
Loayza, junto con Mario Vargas Llosa y Abelardo Oquendo, conformó parte del grupo más joven, epigonal, de esta generación. Su primer libro “El Avaro” (1955) aparece en el contexto del acelerado proceso de las migraciones de la sierra a la costa. Asimismo, Loayza, como los demás integrantes de su grupo generacional, está marcado por el signo de la postguerra mundial, lo cual en el ámbito de la literatura se expresará, por un lado, en el existencialismo, y por otro lado, en una narrativa sin referentes sociales e históricos, como el nouveau roman francés. Por otro lado, la sombra del odriismo también impulsará a algunos escritores a asumir cierto compromiso político o, por lo menos, centrar su narrativa en una estética realista. Luis Loayza, sin embargo, es de alguna manera un escritor que no habría hecho suyas las preocupaciones centrales de su generación. Su esteticismo, si bien tiene afinidades con el nouveau roman (sobre todo en su primer libro), no abandona del todo los referentes realistas, pero sin ahondar en las preocupaciones sociales.
En todo caso, el trabajo con el lenguaje es uno de los aspectos más destacables de Luis Loayza, pero sin llegar a la experimentación lingüística, aspecto en lo que también se distingue de varios coetáneos. No olvidemos que la generación del 50 también se nutrió de la influencia de Joyce y Faulkner (introducidos en nuestro país por Zavaleta) y que fue Vargas Llosa quien desarrolló las técnica del punto de vista múltiple en sus primeras novelas. Frente a ello, se ha mantenido en un perfil bajo, casi en un “tono menor” no por falta de calidad sino porque para él la literatura sería asumida como una experiencia cultural que busca más el refinamiento en la prosa que la exploración de nuevas formas expresivas, como sugiere Miguel Gutiérrez.(1)


(1) GUTIÉRREZ, Miguel. La generación del 50: un mundo dividido. Historia y balance. Lima. Editorial Labrusa. 1988.



LA NARRATIVA DE LUIS LOAYZA:
ENTRE EL NOUVEAU ROMAN Y LA TRADICIÓN GENTIL


Destacado usualmente como prosista, Luis Loayza ha merecido recientes esfuerzos de las nuevas generaciones de la crítica académica para redimensionar su obra, integrándola a las nuevas tendencias de la narrativa que obedecen a un paradigma donde, paradójicamente, lo narrativo tendría una significación menor. Así, Mondoñedo se vale de las categorías de la narratología propuestas por Gerard Genette para afirmar que en la novela Una piel de serpiente de Loayza hay “no sólo la preponderancia del relato sobre el discurso, sino también de la descripción sobre la narración”.(1) Sin embargo, apartándose de Genette, Mondoñedo no considera que la descripción en el caso de Loayza posea una función decorativa ni una función explicativa de la psicología de los personajes, sino que estaría vinculada a la “poética” del nouveau roman francés (y su principal escritor-teórico Michel Butor), la cual se expresaría en “el esfuerzo radical de constatar el mundo y dejarlo aparecer por sí mismo”.(2)
El problema de esta aproximación de Mondoñedo a un texto de Loayza, con el obvio intento de “actualizar” su narrativa a la luz de la moda posmoderna, es que asume que la descripción, a contrapelo de la narración, es un acto objetivo en el sentido de que “objetiva” una realidad sin mediaciones no sólo subjetivas, sino culturales, históricas, sociales y, por supuesto, ideológicas; creencia que es de por sí discutible. Más bien, como sostiene Eagleton, la literatura se debe ubicar en el ámbito de la ideología. Es más, retomando a Batjin, hay una necesaria imbricación entre el lenguaje y el poder. El lenguaje se encuentra “saturado de intenciones”, de “valoraciones previas” que se acumulan en la “vida de la palabra”, por lo cual no hay “formas neutrales”, “palabras de nadie”. “Para la conciencia que vive en él –dice Batjin– el lenguaje no es un sistema abstracto de formas normativas, sino una opinión plurilingüe del mundo”.(3) Si contraponemos esta opinión del padre de la poética social dialógica con la de Michel Butor, queda claro que no es posible a través del lenguaje (y de la literatura en particular) “constatar el mundo y dejarlo aparecer por sí mismo” en tanto que todo lenguaje (y toda literatura) es “una opinión (subrayado nuestro) plurilingüe acerca del mundo”.
Sin embargo, es cierto en líneas generales que en los relatos de Loayza prima la descripción sobre la narración como las entiende Genette, y esto se puede apreciar incluso en el libro Otras tardes. Partamos de un comentario de Augusto Tamayo Vargas sobre Otras tardes:
“Al fluente contar de las cosas se une un poder extraordinario de reminiscencia, creando o recreando más bien, la atmósfera de un pasado limeño de los años treinta y cuarenta, que se proyecta al presente entre sombras de emoción logradas, con efectos muy bien conseguidos para desatar el ‘recuerdo’. Se trata de ficciones que, sin embargo, parecen evocaciones y que muestran a un hábil tejedor de situaciones”.(4 )
Rescatemos de este comentario de Tamayo Vargas una idea clave: el conjunto de relatos de Otras tardes son ficciones con apariencia de “evocaciones”. ¿Qué diferencia hay entre la simple evocación, la reminiscencia personal, el recuerdo de los hechos vividos, y la estructura tradicional del cuento? Una diferencia importante sería que un relato construido sobre la base de la memoria sólo puede contener una lógica interna frágil y, por tanto, no puede poseer una estructura coherente como sí se le exigiría a una ficción que pretenda contar una historia. En otras palabras, cuando se apela al recuerdo, la objetividad queda de lado, y la verosimilitud también. Los hechos se presentan con el orden en que vienen a la memoria, por lo cual el relato siempre tiende a ramificarse, a fragmentarse, y por lo tanto, los párrafos extensos, las oraciones subordinadas, los paréntesis y digresiones empleados por el narrador se ajustan como estilo a esta poética de la ficción como apariencia de evocación. Esta poética, creemos, parte de la conciencia del autor de que es mejor prosista que narrador, por lo cual usa diversas argucias técnicas para relativizar lo narrado, y al ubicar las historias en el plano ambiguo de la memoria de los personajes, justifica los vacíos, las omisiones y las fisuras estructurales del relato. En el cuento “Otras tardes”, por ejemplo, el narrador revela en las primeras líneas que Ana no era el tipo de mujer que le gustara a Carlos; sin embargo, inmediatamente leemos una serie de situaciones provocadas por él primero para seducir a Ana y luego para retenerla. El propio narrador no parece muy seguro de lo que cuenta: “Carlos pensó que también Ana debía ser miope y que más valía no hacerse ilusiones; en realidad ni siquiera pensó en esto, no pensó en nada (subrayado nuestro), estaba atento a su clase y la mirada insistente de la muchacha, la propia sonrisa y el encogerse de hombros mentalmente sucedieron un poco al margen”. (5) Sin embargo, basta que el lector retorne a unas líneas atrás y concordará en que “la mirada insistente de la muchacha” no pudo ser algo marginal en la mente de Carlos, porque el narrador afirma que si Ana “le llamó la atención (a Carlos, acotación nuestra) fue porque lo miraba fijamente a los ojos”, y además el narrador enseguida relaciona ese incidente trivial con un suceso semejante con otra chica el año en que Carlos comenzó a enseñar. Esta pequeñas aunque reiteradas contradicciones del narrador de este cuento y que se repiten en los demás relatos de Otras tardes, en tanto que se presentan al lector como evocaciones, como flujos de la memoria, si bien ficticios, carecen de relevancia porque justamente se explican por el carácter evocativo de los textos y, por tanto, no se necesita que la historia esté coherentemente estructurada desde la absoluta verosimilitud. En otras palabras, la narratividad no es crucial en las ficciones de Otras tardes.

En el otro extremo de la crítica a la obra de Loayza se ubica Miguel Gutiérrez. Más allá de sus juicios o valoraciones sobre la obra de Loayza en particular, lo interesante del enfoque de Gutiérrez es que lo vincula a un intento (frustrado) de las clases hegemónicas de crear una tradición literaria gentil en el Perú:
“En otra parte dijimos que los descendientes de los encomenderos, vale decir, las clases y castas que asumieron el poder después de la Emancipación fueron incapaces de crear en literatura una tradición gentil. (...) Ahora bien, matizando un tanto lo que afirmáramos anteriormente, con Martín Adán y sobre todo con Diez Canseco –en especial con El Mirador de los Ángeles– se pusieron las bases de una cierta tradición gentil que se ha venido desarrollando con Loayza, Bryce y ahora último, con escritores jóvenes como Alonso Cueto”.(6 )
Si bien sería absurdo afirmar que Loayza haya decidido escribir ficción en representación de una clase social o una casta, resulta reveladoras las coincidencias (y las diferencias también) entre la visión de Lima que nos ofrece el autor de Otras tardes y la del grupo social de donde él proviene, como veremos en el siguiente capítulo.


(1) MONDOÑEDO, Marcos. “Una piel de serpiente de Luis Loayza. Crítica, poética & encuadres”, El Hablador No. 1, site: http://www.elhablador.com/loayza.htm
(2) Ibid.
(3) SÁNCHEZ TRIGUEROS, Antonio (director). Sociología de la literatura. Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Editorial Síntesis, Madrid, 1996.
(4) TAMAYO VARGAS, Augusto. Literatura Peruana. Tomo III. Editorial Horizonte, pp.900-901.
(5) LOAYZA, Luis. Otras tardes. Adobe Editores S.A. 2000.
(6) GUTIÉRREZ, Miguel. La generación del 50: un mundo dividido. Historia y balance. Lima. Editorial Labrusa. 1988. p. 138


LA VISIÓN DE LA CIUDAD DE LIMA EN “OTRAS TARDES”

Otras tardes no es el primer libro de ficción donde Luis Loayza nos ofrece una visión de la ciudad de Lima. Ya en Una piel de serpiente (1964) el contexto urbano limeño, aunque sugerido más que descrito con amplitud, aparece en su prosa como un espacio autónomo donde se expresa la naturaleza u otros aspectos que pertenecen más al ámbito interno del personaje, a su peculiar percepción. Sin embargo, en Otras tardes (1985) la visión de Lima está más marcada por la nostalgia: mientras se describen aspectos de la ciudad en la década de los años treinta, e incluso antes, con la añoranza del “paraíso perdido”, tanto el narrador como los personajes manifiestan cierto rechazo de cómo ha evolucionado la ciudad en el presente.
En los relatos no sólo se observan dos Lima antagónicas sino un doble antagonismo: 1) el antagonismo entre el centro de Lima de un pasado oligárquico y el “balneario” Miraflores de la Lima burguesa emergente de los años treinta, y 2) el antagonismo entre este Miraflores, donde “había acequias en todas las calles, en las tardes calurosas bastaba detenerse un instante para escuchar el rumor fresco en el fondo del silencio” (“La enredadera”), y el Miraflores de ahora (que en los relatos debemos suponer que se refiere a la década de los ochenta, aunque no se explicita desde qué tiempo presente se narra).
Un ejemplo del primer antagonismo lo tomamos de “La enredadera”: “El ambiente de las casas de Lima era distinta al de la de Miraflores; más denso y lleno de cosas; otra luz, otro perfume; en él mis padres parecían contentos y seguros de sí, mientras que en casa de mi abuela debían sentirse prisioneros”. Este primer antagonismo no sólo revela un problema generacional sino es consecuencia del desplazamiento de los padres de su hábitat original a uno nuevo que pertenece emocionalmente a los hijos, pero en el segundo antagonismo es el mismo hábitat el que se ha modificado por fuerza de la “modernidad”. Así, Jaime, protagonista de “Padres e hijos”, recorre una noche Miraflores para tratar de reconstruir en la memoria la fisonomía del Miraflores de su infancia: “A veces había desaparecido lo que buscaba o se esforzaba en vano por restablecer una calle desfigurada o recobrar el rancho cuyo lugar ocupaba ahora un edificio recién terminado; otras, ciertas casas o calles parecían a punto de decirle algo, pero aunque se detenía y esperaba pacientemente, la voz que sonaba en la memoria era demasiado tenue y confusa, como cuando alguien habla en la habitación de al lado y no distinguimos las palabras”.
Por otro lado, una ciudad se define no sólo por su arquitectura y sus demarcaciones políticas y geográficas, sino por la gente que lo habita. En el libro Otras tardes casi todos los personajes limeños corresponden a un mismo grupo social; aun cuando provengan de “familias venidas a menos”, como los protagonistas de “La enredadera” y “La segunda juventud”, está claro que el círculo de amistades y los lugares que frecuentan son los mismos. Miraflores, Chosica, el centro de Lima de resonancias virreinales, cuando no Europa o Nueva York, son espacios que se van cargando de contenido afectivo para los personajes a medida que se dejan llevar por la nostalgia de una belle époque de bonanza económica y prestigio social que no volverá.
Si bien se menciona en algún relato una quinta y alguna casona antigua, así como también departamentos en zonas residenciales, la imagen recurrente del hábitat de la mayoría de personajes de estos relatos son casas amplias, todas con jardines. El mito de la Lima ciudad-jardín, que se promovió en las primeras décadas del siglo XX (y aún se promueve aunque actualmente por razones ecológicas), está interiorizado en el imaginario de los protagonistas. Así, cuando en "Otras tardes” Ana supuestamente viaja a Chosica, a una casa que el protagonista desconoce, el narrador nos contará que “Carlos se imaginaba a Ana imaginando la neblina limeña, tendida al sol en su jardín, con anteojos negros”. Asimismo, el protagonista de “La segunda juventud” dirá: “Graciela es un poco pariente mía y guardo de ella recuerdos de infancia, la veo vagamente correteando en un jardín”. Aunque el autor no ignore que en Chosica como en casi toda la ciudad abundan las barriadas, el polvo, los terrales, y hasta la falta de agua, y por supuesto viviendas sin jardín, sus personajes sólo pueden imaginarlas con jardín.
Incluso las diferencias económicas (más que sociales) se establecen a partir del tamaño y tipo de jardín, como en “Fragmentos”, donde en el relato inicial se compara el jardín de Julio con el de Adriana de esta manera: “Julio esperaba en el jardín que llegase la hora del almuerzo, lo llamaban jardín, era muy pequeño, trozos de hierba amarillenta, unas pocas plantas mustias, un arbolito con las hojas cubiertas de polvo (...) En cambio los padres de Adriana vivían en una casa que le pareció enorme, separada de la calle por una alta reja de hierro mohoso, rodeada de un jardín en el que no sólo había césped y flores sino también árboles, dos palmeras delante y varios ficus detrás, en el huerto, árboles altos y espesos con nidos de cuculíes”.
El jardín es, como dijimos, parte del imaginario de una clase social y, paradójicamente, las bellas y emocionadas evocaciones que merece en los personajes están ausentes, o se mantienen sentimentalmente distantes, a veces humanamente lejanas, cuando hay alguna referencia marginal de quien las cuida. En “La enredadera”, por ejemplo, esta es la descripción que se ofrece del jardinero: “era un hombre hosco que hablaba con las plantas y no con la gente”. Pero a estos personajes y a su narrador, a la hora de las descripciones, les interesa menos la gente que cuida sus plantas que sus idílicos jardines, por lo cual se puede suponer de dónde proviene la imposibilidad del diálogo.
Sin embargo, en Luis Loayza hay un autorreconocimiento, la conciencia del estrecho margen social en que se mueven sus personajes, y por ende, una especie de autocrítica que aparece un tanto tenue pero que se debe resaltar. En “Fragmentos”, por ejemplo, leemos: “Así era, en efecto; en la Lima de ese tiempo todo el mundo (el mundo quería decir una clase social, justamente la que pensaba a sí misma como ‘todo el mundo’) se conocía”. En “Padres e hijos” el personaje dirá sin nostalgia: “Se hacen casas para una gran familia unida de varias generaciones, que ya no existe y acaso no ha existido nunca”. Finalmente la mirada nostálgica, a veces complaciente, que nos ofrecen los personajes de Loayza (“¿Qué quedaba de la ciudad delicada en el caos ruidoso e impersonal que sigue llamándose Lima?”) está matizada por esta sinceridad un tanto pesimista, por momentos lúcida, del mundo social que suele representar en sus escritos, y esta es la sensación última que nos deja el libro, la de una Lima que ha fracasado como proyecto de ciudad para las clases hegemónicas y que necesita replantearse no sólo urbanísticamente sino social y culturalmente.


CODA

Como sostiene el español Antonio Chicharro Chamorro, “decir hoy que los hechos literarios son productos estéticos supone reconocer desde un principio que son prácticas históricas, esto es, que su espacio no es transhistórico ni permanente o eterno”(1). Desde esta perspectiva vinculada al paradigma sociológico, hemos intentado comprender teóricamente Otras tardes de Luis Loayza en uno de sus aspectos, esto es, la visión de la ciudad de Lima que se ofrece en los relatos y su correspondencia con un grupo social hegemónico. La hipótesis de trabajo partía de la existencia de esta correspondencia, enmarcada en el intento de desarrollar una tradición gentil en literatura (Gutiérrez dixit); sin embargo, como vimos, el autor no asume plenamente la visión nostálgica y complaciente de estos sectores sociales sino que su mirada está matizada por cierta reflexión autocrítica del grupo social de donde proviene.



(1) SÁNCHEZ TRIGUEROS, Antonio (director). Sociología de la literatura. Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Editorial Síntesis, Madrid, 1996.


BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

DELGADO, Washington. Historia de la literatura republicana. Lima. Editorial Richkay Perú, segunda edición. 1984.
EAGLETON, Terry. Una introducción a la Teoría Literaria. FCE. 1998. 291pp. FERNÁNDEZ, Camilo. “Primera aproximación a ‘El héroe” de Luis Loayza”, abril de 2003, revista virtual Ciberayllu, site: http://www.andes.missouri.edu/andes/ comentario/CFC_Heroe.html
GUTIÉRREZ, Miguel. La generación del 50: un mundo dividido. Historia y balance. Lima. Editorial Labrusa. 1988.
LOAYZA, Luis. El avaro. Cuadernos de Composición. Lima, 1955. 20pp.
LOAYZA, Luis. Una piel de serpiente. Populibros. 1964. 120pp.
LOAYZA, Luis. Otras tardes. Adobe Editores S.A. 2000. 142pp.
MONDOÑEDO, Marcos. “Una piel de serpiente de Luis Loayza. Crítica, poética & encuadres”, El Hablador No. 1, site: http://www.elhablador.com/loayza.htm
SÁNCHEZ TRIGUEROS, Antonio (director). Sociología de la literatura. Teoría de la Literatura y Literatura Comparada. Editorial Síntesis, Madrid, 1996. 223pp.
SUMALAVIA, Ricardo. “¿Quién conoce a Luis Loayza?”, 8 de marzo de 2004, suplemento Variedades, diario El Peruano.
TAMAYO VARGAS, Augusto. Literatura Peruana. Tomo III. Editorial Horizonte.

La incontenible tentación de no decir nada

Un salto al vacío. De alguna manera, toda aventura literaria es la quimera de un autista virtual que se ha inventado el absurdo propósito de servir -a través de la palabra- a la realidad, a la humanidad, a la belleza, a la literatura misma o a cualquier fin trascendente o concepto abstracto para, a partir de esa convicción inconmovible, crear mundos paralelos nuevos y personales. Obviamente la consecuencia de ese afán son las contusiones y las heridas arteras recibidas por la indiferencia de la mayoría de la sociedad. En algunos casos, muy pocos, la recompensa (vana) son las premiaciones, los halagos, a veces los autoelogios disimulados que permiten la fama o la megalomanía con la complicidad de alguna camarilla de gacetilleros mercenarios. Pero la fe del escritor en la palabra es, ya lo dijimos, inconmovible. A la vez trágica y patética. Trágica porque imagina la presencia de un lector ideal para su obra; un lector que entienda cada página, cada frase, cada vocablo, en el sentido que el autor quiso imprimirle, tarea imposible para los demás y sólo real para el propio autor en tanto lector de su propio texto. Patética porque esta necesidad de expresar en palabras lo que no es nominable (la realidad, la humanidad, la belleza, la literatura misma) abre un precipicio de incomunicación e impulsa al escritor hacia una incontenible tentación de no decir nada a través de la palabra impresa. A veces, ciertamente, parecería preferible abandonar la idea de escribir miles de páginas y conformarse con el silencio. Y, sin embargo, allí está, latente, incontenible, la palabra rebasada por su propia palabra silente, muda, clamando por un lector que ya ha muerto.