sábado, 2 de enero de 2016

FIN DE AÑO GRISÁCEO, FUTURO NEGRO

En vísperas de Año Nuevo, al retornar a casa, cuando el reloj indicaba las ocho de la noche, vi a un gato muerto en la pequeña calle diagonal que desemboca en la avenida Salaverry, a la altura de la avenida Mariátegui. Era un gato grisáceo, tenía aplastada parte de la cabeza, y sus ojos mantenían esa mirada perdida que solo los muertos y los enajenados totales poseen. No puedo dejar de relacionar la escena sangrienta de ese animal atropellado, con la idea de que es el desenlace que mejor simboliza un año tan siniestro e ingrato como el que ya concluyó. 

El año que hoy se inicia tampoco será mejor, lamentablemente. Hay todavía personas ingenuas que están pensando seriamente en dejar herencias. Bueno, el ya extinto año 2015 nos ha demostrado que será en vano. Básicamente por dos acontecimientos que han marcado la agenda mundial los últimos 365 días.

Por un lado, superando la fuerza de todas las izquierdas, el yihadismo se ha convertido paradójicamente en el principal enemigo de todo lo que la izquierda internacional combate (o debería combatir): el capitalismo y el etnocentrismo de Occidente. Por supuesto, para el Estado Islámico, la izquierda también está incluida en su listado de apóstatas e impíos de Occidente. Pero lo real es que si los mandamases del G-8 están preocupados porque sus planes se vayan al abismo al doblar la esquina, ese temor solo lo provoca el extremismo islámico (es sintomático que estos “líderes” planetarios lo hayan calificado de “Tercera Guerra Mundial”). Es paradójico y triste, pues, que el activismo de izquierda no haya logrado seducir en Europa a todos aquellos migrantes que luego engrosarán las filas del Daesh. Quizá porque la diferencia clave está en que mientras la izquierda propone un cambio de modelo utópico a través de marchas o revueltas que se quedan en el gesto de rebeldía casi espontánea u organizadas a base de agendas locales y concretas, el ISIS ofrece el Apocalipsis redentor, con sus millones de decapitados y lapidados en nombre de una divinidad de cuya existencia la ciencia hace más de un siglo no solo duda sino ha desmentido.

Por otro lado, la hecatombe como consecuencia del calentamiento global, tras los acuerdos del COP 21 en París, parece inevitable. Leo que si se suman los compromisos asumidos por las naciones en relación con la reducción de la emisión de dióxido de carbono, la meta de llegar al nivel preindustrial de 1.5 grados de calentamiento o al techo de los 2 grados centígrados no solo no se cumplirá, sino que para el año 2030 la temperatura global habría aumentado 2.7 grados centígrados. Y es muy probable que ese pronóstico se quede corto. Para evitarlo, el extractivismo petrolero debería cesar de inmediato; dudo que ni el más convencido en la teoría del “desarrollo sustentable” crea que eso sea posible ni a corto ni a mediano ni siquiera a largo plazo; en suma, simplemente no sucederá, porque el petróleo es más barato y porque en la cadena de producción frenética de los amigos del desarrollismo, las petroleras necesitarán siempre explorar y explotar más reservas, con la venia y defensa de los tecnócratas y los gobiernos de turno. A nivel micro, los ciudadanos seguirán inmersos en el consumismo y continuarán desechando la cultura del reciclaje y las buenas prácticas medioambientales al tacho de basura, por ignorancia o por inercia, o me temo, por convicción en las “bondades” del sistema.

Ante ese futuro realmente negro, qué hacer. Por lo pronto, este año nos obligarán a votar por el próximo presidente de esta incierta nación, la cual cumplirá, al término del mandato del elegido, 200 años oscilando entre crisis cíclicas y falsos apogeos. Ahora, cuando ya ha concluido la etapa de “la borrachera del crecimiento”, los candidatos con más opción de llegar al poder son justamente quienes persisten en estos cantos de sirena. De más está insistir en que el continuismo del actual modelo económico es el camino más seguro al suicidio colectivo, y, al parecer, en esa dirección vamos.

La única opción real sería detener las máquinas, desmontar todo, y considerar la alternativa de vivir respetando radicalmente la biodiversidad y con crecimiento cero. Sería la única opción real, pero es, aunque suene ilógico, la menos realista. El consumismo y la depredación continuarán. Los tecnócratas no dejarán de graduarse y de vendernos la irresistible cicuta del “crecimiento”. El fanatismo religioso (no solo el del EI) colaborará con sus cabezas cercenadas y su enajenación opiácea en acelerar el proceso autodestructivo. Los negocios ilegales campearán (el de la banca y el de las corporaciones en primer lugar, luego todas las mafias que ya conocemos, como las del narcotráfico y las de los “partidos políticos”).

Frente a todo ello, solo queda desearles a nivel individual y familiar un feliz y próspero año 2016, porque probablemente sea uno de los últimos. Cuídense.